Viajes, comidas, cenas, amistades, visitas o recorridos planeados a mercados y zonas turísticas, conversaciones trasnochadas, más comida y bebida son parte de la vida cotidiana del investigador gastronómico. Para estas alturas deberás estar pensando que en realidad es un oficio que promueve el vicio y la inactividad, sin embargo, son objetos de estudio, son oportunidades para aprender más, tener nuevos enfoques sobre una ciudad, reconocer las formas de materialización de las tradiciones o costumbres de un pueblo, o comprender un poco más sobre una expresión local de una gastronomía.
Pero todo debe tener un límite, debe de hacerse responsablemente, en la medida de promover el conocimiento y no el vicio. Porque todas esas actividades descritas, enfocadas inadecuadamente, pueden distraernos de los objetivos para generar conocimiento, pueden hacer que nos convirtamos en holgazanes, que posterguemos las conclusiones, o que dejemos de informar en tiempo real debido a que la resaca o la fiesta excesiva nos dejó inhabilitados. Recuerda que aquello que puede ser la mejor oportunidad para aprender, puede ser también la fuente de vicio y distracción. Todo con medida.
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